jueves, 8 de enero de 2009

...lo sé...

-sos muy desconsiderado.
-sí, lo sé.

domingo, 4 de enero de 2009

... las lágrimas renacieron en sus ojos...

Iris se encontraba tendiendo la ropa. Después de tanto tiempo comenzaba a preguntarse si eso era suficiente. Si no había nada más alla de lavar, tender y planchar, nada más que las labores que le habían sido encomendadas.
Se preguntaba por qué ella debía cuidar de la casa mientras Esmeralda "se entregaba a los hombres del pueblo y gozaba de un placer infinito" (según palabras de la propia Esmeralda). Por otro lado no entendía qué podían tener de interesante los hombres del pueblo, siempre tan cerrados. De niños nunca habían querido jugar con ella, tenían cosas más importantes que hacer. Pero ahora se pasaban el tiempo con la responsable de su responsable y no tenían problema con ello.
Estaba tan perdida en sus pensamientos y en su labor de tender la ropa de diez mujeres, incluyéndola, que no vio a Emeidus cruzar la cerca. No lo notó ni siquiera cuando lo tuvo enfrente. Hasta el momento en que recibió un "hola" demasiado sorpresivo que la hizo arrojar el corset viejo y desgastado de Lamia y dar un respingo.
-Perdón, te asusté.
-¡No! Más bien sí... pero fue culpa mía, está bien.- le contesto mientras levantaba la prenda para luego observar la mugre con un extraño gesto de desaproación.
-Veo que estás ocupada. ¿Te ayudo?
-No, no. Gracias, pero puedo sola.
-Bien. ¿Cómo ha estado tu día?

-Bastante ocupado a decir verdad. Me levanté muy temprano para preparar el desayuno, bueno, eso al fin y al cabo lo hago lo hago siempre; pero Vytra no se siente bien, así que no pudo lavar...- Iris continuó hablando por un rato largo, captando la total atención de Emeidus. Aunque este no tenía ni idea de qué era lo que le estaba diciendo la joven. Más bien, estaba bastante ocupado contemplando su blanca sonrisa (inmune a la pronunciación), también sus ojos y su figura, y sus rubios y ondulados cabellos extremadamente largos que él tanto adoraba.
Los ojos de ella se clavaron en los suyos por un momento. ¿Por qué lo estaba mirando? ¿Acaso ella lo amaba de la misma forma que él? No. Se estaba enfrentando a algo serio. La joven estaba moviendo la boca y mirándolo al mismo tiempo. Preocupada, comenzó a acercársele.
-¡Emeidus!¡Emeidus! ¿Estás bien?
Salió repentinamente de su ensimismamiento y atinó a contestar
-Sí... Sí, estoy bien, no ha pasado nada.
Iris suspiró aliviada.
-Vamos adentro, si te desmayás no voy a poder cargarte a un lugar cómodo dónde esperar al doctor.
-¡Pero niña! Los hombres como yo no se desmayan, eso es cosa de damas y jovencitas enamoradas.
-Sí, supongo que también lo es perder el conocimiento en medio de una conversación. por favor, entremos.-
remató entre ofendida y cordial.
En la cocina Emeidus recibió un vaso de agua y la promesa de un lemon pie. Pero se había propuesto algo para ese día; sentir su piel, su calor. No perdió el tiempo y ni bien ella se dio la vuelta para cortar una porción del manjar se le acercó por atrás, la tomó de la cintura y la pegó a su cuerpo. Iris nunca había sentido algo semejante. Escalofríos la recorrían entera y sabía que lo que Emeidus estaba haciendo era inapropiado (a pesar de que no tenía muy en claro por qué) pero no se sentía amenazada de ninguna forma y se quedaron así en par de minutos.
Ella totalmente desconcertada, presa de su inocencia y él con los ojos cerrados, con su amada entre sus brazos, probando el paraíso.
Pero todo momento debe tener un final y este lo tuvo cuando se oyeron los estornudos de Vytra a metros de la puerta de la cocina.
Él debió abrir los ojos. Ella se soltó de entre sus brazos y llevo el postre a la mesa. Él volvió a la realidad con un suspiro de resignación.
Vytra entró en paños menores, no se suponía que Emeidus estuviera allí. A pesar de todo la única en hacer alboroto e insistir en que se cubriera con algo más que su enagua (que solo le llegaba a los tobillos) y su camisa de dormir fue Iris.
-Buenos días- se dirigió Vytra a Emeidus, tendiéndole la mano a forma de saludo (como solo debía hacerse entre caballeros) y haciendo caso omiso de las exclamaciones de Iris.
Él le respondió mecánicamente con un fuerte apretón. Pero en realidad no podía pensar en las formas correctas o incorrectas, simplemente se había quedado pasmado. Era la primera vez en su vida que veía una enagua. No creyó que ese momento fuera a llegar tan pronto. Y definitivamente nunca hubiera podido imaginar que la primer enagua que vería sería la de Vytra.
-Muy bien Vytra, en vista de que no importa lo que pueda decirte, dejaré de intentar hacerte entrar en razón.
-Querida, no te ofendas, pero no veo un problema en que nuestro invitado vea mi cuerpo cubierto de pies a cabeza, como acostumbra verlo.
-Yo sí lo veo. ¡Claro que lo veo! ¿Sabés por qué tu ropa interior es blanca y los vestidos de color? Porque los vestidos fueron hechos para lucirse, para que se vean y la ropa interior para estar oculta. De hecho, es por algo que se llama "interior". Además la enagua va por debajo de la falda y no debe verse, eso ya de por sí implica que la enagua debe ser más corta, por lo que no estás igual de cubierta que de costumbre.-
Vytra apenas puedo contener la risa ante las declaraciones de su "compañera asignada" y amiga. -Como verás, Emeidus, mi amiga tiene cierto desdén por las reglas.
Por supuesto que no! Es solo que pienso que son anticuadas. Es necesario renovar las normas sociales para hacerlas más practicas y acordes a nuestra propia sociedad.
-Yo creo que sí tienes un gran problema con la autoridad y con la sociedad. Sinó explicame por qué te pasas el día entero perdida en el bosque. ¿Que puede tener de entretenido eso? ¿O es que acaso solo buscas pescarte una neumonía para dejarme sola en este mundo?-
las lágrimas renacieron en sus ojos, como cada vez que salía el tema de las constantes enfermedades de Vytra.
Ambas compañeras se abrazaron con un comprendimiento mutuo de sus situaciones y realidades. Emeidus se quedó sentado observando la emotiva escena de la que parecía no formar parte, de la que lo habían eliminado bochornosamente. Pero eso parecía no importarle. Se quedaría allí un rato más viendo los sentimientos de su amada aflorar en forma de lágrimas. Queriendo abrazarla y contenerla él también, pero sólo quedándose quieto.
Cuando surgiera el nuevo optimismo de las compañeras y viniera el momento de las buenas anécdotas él se disculparía por marcharse, agradecería la atención y se despediría cordialmente antes de volver a su trabajo.